03 febrero, 2007

Los visuales acampando (ensayos)











Realidad individual y bien común

Mi vecino del 9 es un ingeniero sin especialización de unos 58 años. Desde hace varios años se quedó sin trabajo y para mantener a su familia realiza todo tipo de arreglos: plomería, albañilería y pintura. En varias ocasiones me ha ajustado el automóvil, la bomba del agua y el interfón. Hoy vino al medio día a arreglar mi calentador, el cual, según me acabo de enterar, hay que limpiar cada tres años. Óscar aprovechó para echarle un ojo al grifo del fregadero, al que desde hace meses le amarré un trapito para evitar que saliera un chisguete hacia el frente y me mojara la ropa. Según cuenta Óscar, su padre le enseñó a hacer todo tipo de arreglos: ⎯decía que uno debía saber cómo resolver sus problemas diarios, sus necesidades básicas; que uno no debería necesitar de mecánicos, ni de plomeros, ni de electricistas⎯ . La realidad de Óscar contrasta mucho con la de muchos especialistas que conozco, en especial con la de mi vecino de oficina, Xavier, un joven físico cosmólogo que dedica sus horas a imaginar el interior de hoyos negros formados de puros fotones. Xavier no sabe nada de arreglos que no sean atómicos; no cambia un fusible o un empaque, aunque curiosamente dice ser muy bueno cambiando llantas ponchadas. A Xavier le paga el pueblo por sus investigaciones y por dar clases; pero sobre todo, por vivir en un mundo de ensoñaciones fantásticas donde los hoyos negros, estas singularidades en el universo construidas a partir de conjeturas razonadas que podrían funcionar como túneles en el espacio-tiempo pero de cuyo interior en realidad no se sabe nada. El cosmólogo vive entre los límites de la ciencia y la fantasía, tratando de expandir el círculo del conocimiento; sueña con colisiones de masas supercompactas, con materia indetectable y fuerzas oscuras, más bien propias de un juego de rol que siguen reglas bastante precisas y complicadas pero cuyos orígenes han sido asimilados y probablemente obviados u olvidados.

El contacto del trabajo de Xavier con la realidad cotidiana podría decirse que es nulo y que sus conocimientos en física no le son útiles para arreglar un desperfecto casero; en un país en el que el desempleo y la pobreza abundan, parece contradictorio que sea él quien recibe apoyo del gobierno y no Óscar. El caso de Óscar y Xavier y los ensayos presentados en varios textos del libro “Todo por saber” me hacen reflexionar sobre dos aspectos de la labor científica y de la divulgación de la ciencia. Por un lado, hablar sobre quien, cómo y porqué debe recibir apoyos del gobierno es hablar de modelos económicos y políticos, por el otro lado, me ha hecho reflexionar sobre las necesidades y consecuencias de divulgar la ciencia de frontera.
Actualmente vivimos en un estado capitalista neoliberal, en donde prevalece la ley de la selva para quienes, como Óscar, no lograron entrar bajo el cobijo de instituciones de un antiguo régimen más protector. Es claro que nuestro país no puede funcionar en un régimen selvático, pues son demasiados los que no sobreviven, que es urgente un cambio a un régimen más equitativo, pero ¿será correcta la dirección que Harold Fritzsch propone en El universo de la mente cuando dice que “Los especialistas científicos que no puedan convencer al público de la importancia de su trabajo no merecen el apoyo público ni privado para esos trabajos.”? Fritzsch cuestiona el propósito que lleva la expansión del conocimiento científico y tecnológico, al parecer infinitos como la mente. ¿Con qué fin ha de avanzar la ciencia y la tecnología? y ¿con qué fin ha de conocer la gente estos avances?

Para la comunidad, el trabajo de científicos y técnicos debiera estar dirigido a resolver los problemas que afectan el bienestar común; los problemas sobre energéticos renovables, de contaminación ambiental, salud, etc. Para el gobierno, apoyar y encausar estas investigaciones debiera ser primordial e imperativo, sin embargo las fuerzas económicas (banqueros y petroleros) que controlan el dinero hacen todo lo posible por exprimir a los pueblos subdesarrollados antes de que estalle una nueva revolución cuando el petróleo y el agua se acaben, o antes tal vez. Curiosamente, en caso de guerra, de que el sistema se caiga, quien se encontraría mejor adaptado para sobrevivir sería Óscar. Sus conocimientos generales, de amateur, podría decirse, le son suficientes para resolver problemas reales. Xavier en cambio, difícilmente encontraría quien apoyara sus ensoñaciones cuánticas. Para el individuo y la sociedad, la ciencia de frontera es tan frágil como el arte, es reflejo de la cultura social, del bienestar social y cuna de los saltos paradigmáticos… Es de las investigaciones de frontera, de las reacciones nucleares, de las antipartículas, de la química orgánica y de la genética de donde podrían encontrarse soluciones a los problemas que el mismo avance tecnológico, el supuesto progreso, ha ocasionado. Por lo mismo esta actividad debe ser protegida por el sistema. Más aún, si viviéramos en un sistema ideal, equitativo, justo, donde la felicidad de los individuos radica en la libertad de elegir, entonces el arte como el de Xavier debería ser apoyado, impulsado y protegido; libre de todo fin específico.
Un cambio en el sistema económico y político también incluye un cambio en la filosofía de vida, en el concepto de felicidad y en la reevaluación de la dirección que el desarrollo tecnológico y la cultura científica debe llevar. Habría que cuestionarse si el hecho de poseer un automóvil hace más o menos felices a los individuos que el haber poseído un caballo. Si la gasolina, el pago de tenencia, de verificación y de seguros son más económicos que la paja y la alfalfa. Si meterse debajo de un grasiento motor es menos engorroso que una visita al veterinario, si el olor a gasolina es preferible al del estiércol ⎯magnífico abono, por cierto⎯ , más aún, si aspirar los asientos de alfombra sintética remplaza el placer de cepillar cariñosamente a un compañero de viaje. Es decir, habría que cuestionarse si el progreso trae realmente consigo la felicidad o solamente nos crea más necesidades. La felicidad en este caso es cuestión por un lado de libertad de elección ⎯pues conozco varios personajes masculinos que preferirían mil veces un BMW convertible⎯, pero también de bien común. El supuesto progreso nos ha alejado de la naturaleza misma y nos tiene rodeados de objetos artificiales. Como comenta Aharon Katzir-Katchalsky en Ciencia, ética y reduccionismo, con palabras de Durkheim: “El advenimiento de la tecnología científica transformó al hombre en dueño de la naturaleza, pero en el proceso perdió interés en la vida misma, y la nueva destreza sólo aumentó su inseguridad y frustración”.
Es aquí donde encontramos dos visiones: la primera, que argumenta que el mundo real es aquel en que nos ha tocado vivir, de automóviles, supercomputadoras y naves espaciales, de cuántica y relatividad, de celulares y crédito, uno donde las luces de la ciudad y no las estrellas son la fuente de inspiración de poetas y de enamorados. ¿Es este nuevo mundo real el que hay que conocer y cuya ciencia se debe divulgar? Sin embargo éste es un mundo, por un lado ajeno a millones, que no tienen agua y cobijo, y para quienes los quarks los tienen muy sin cuidado y por el otro, es un mundo transitorio y despersonalizado que ha atentado contra el equilibrio ecológico y mantiene a la sociedad en un acelere estresante.
El estado tecnológico actual debe ser necesariamente transitorio, pues es totalmente rupestre, torpe, contaminante y artificial. El progreso tecnológico no debiera separar al hombre del mundo natural, mucho menos desaparecerlo. Sobrevenir el estado de inconexión con la realidad, salirse de la matrix, del estado de impavidez, de la apatía y de la manipulación mediática y pseudocientífica implica mantener el contacto directo con la naturaleza y con la realidad de nuestra sociedad. Implica por un lado impulsar fuertemente el desarrollo científico y tecnológico hacia un estado de comunión.
La segunda visión es más localista y aboga en favor del conocimiento profundo sobre aquello que nos rodea, conocimiento que nos mantiene en contacto directo con la realidad. ¿Es acaso el conocimiento de Xavier uno tan abstracto y remoto que lo mantiene alejado de la realidad? Su tema de estudio es tan real como lo es una novela para un escritor o un juego de princesas para una niña de 4 años. Pero el contacto con la física de partículas no existe para quien no vive inmerso en esa realidad. Divulgar ciencia de frontera a quien se encuentra totalmente ajeno a esa realidad difícilmente tendrá un efecto más profundo que el de leer una buena novela de ciencia ficción.
Óscar y Xavier viven distintas realidades a través de un contacto distinto con la ciencia, sin embargo insistir en que Óscar entienda las ensoñaciones físicamente fundamentadas de Xavier probablemente no ocasione más que la acumulación de datos inservibles que se transformarán en mitología falseada. No es de extrañar que la gente ajena al estudio de la ciencia hable de la energía y la mecánica cuántica de manera, ya no laxa, sino desproporcionalmente errónea. En los últimos 20 años estos términos se han introducido en el léxico vulgar y son centro de discusiones y prácticas pseudocientíficas. Hace tan sólo unos días la mujer de Óscar me mostró un péndulo que había hecho, a semejanza de los que venden en las tiendas de aromaterapia. El péndulo roza la arena y forma figuras circulares según el impulso y la dirección con que se le suelte. Mi vecina me preguntó si era cierto que las extrañas figuras en la arena se debían a la energía y la buena vibra que había en la habitación como le habían dicho en la tienda de aromaterapia. Yo me pregunto si en la época de mi bisabuela, cuando casi todos tenían un gran reloj de péndulo en la sala ―al menos mi abuela lo conservaba― la gente pensaba que era la vibra de la estancia lo que mantenía al reloj en movimiento ―sinceramente, no lo creo―.
A mi parecer, las pseudociencias han ganado terreno en los últimos años, en gran parte debido a que los conceptos físicos como el de la mecánica cuántica, la relatividad, la cuarta dimensión, los universos paralelos y la energía han sido desvirtuados y mal comunicados ―y espérense a que la energía oscura y la materia oscura inspiren nuevas explicaciones a las manifestaciones fantasmagóricas! El léxico ha entrado en el imaginario popular, incluso en el de los profesores de educación básica y media, quienes como muchos profesionistas ajenos a la ciencia no llegan a comprender el grado de complejidad que la ciencia ha alcanzado. Parece ser que las pseudociencias también han ganado terreno en los medios de comunicación masiva y que la falta de grandes comunicadores de ciencia como lo fue Carl Sagan ha dejado mella en la cultura del siglo XXI. El caso de la película “¿Y tu qué &%# sabes?” producida por Ramtha, un grupo new age estadounidense, es un ejemplo típico del mal uso ―por no decir abuso― de los principios de la mecánica cuántica, que una vez más son erróneamente aplicados al mundo macroscópico. Es particularmente preocupante que estas obras de ciencia ficción se presenten como documentales avalados por científicos y prediquen curas a enfermedades como la diabetes a partir del poder mental.
La mala comunicación de la ciencia tiene consecuencias contraproducentes tanto en los aspectos culturales como en los sociales, en especial en un país como el nuestro, en el que el analfabetismo científico es la realidad general.

M. E.

Cubos de color













En el pasillo que comunica las recámaras con los baños hay una ventana que da a un cubo de color. En la noche, cuando los vecinos de abajo encienden la luz de su pasillo, el cubo se ilumina como una gran lámpara roja.




El cubo de luz podría estar pintado de otros colores

No solía asomarme al cubo de luz cuando era blanco, no había nada que ver. Ahora me asomo a verlo como si fuera un paisaje.

Hay algo interesante en estos planos de color. El rojo y el verde resultaron demasiado festivos, muy divertidos en la noche, pero tensos a media tarde y alegres en la mañana.














La próxima vez los pintaré de colores más suaves.






O con paisajes, o texturas, o tal vez cuelgue de uno una gran foto o pinte un mural.

Algunos vecinos que no viven con los cubos de color se quejaron por lo atrevidos que fuimos al escojer colores tan fuertes, a mí me ha parecido muy divertido.

Pero a últimas fechas han comentado que también les gustaría probar .